Busco novia
Busco novia

Buscar novia. Gringa, blanca, rubia, ojo azul, lindas piernas. A fin de cuenta estoy  viviendo en Gringolandia y en una ciudad donde abundan las güeras. Si, esto es lo que obliga y hay que anexarlo a esa lista de cosas por hacer antes de morir.

Es un buen momento de iniciar la nueva vida ¿y que mejor forma que tener novia, que caray? Vamos pues. Que esto sea anexado a mi ToDo list, wish list, bucket list. Ni modo, aceptar el hecho que a los 59 cumplidos ya la calaca anda no muy lejos.

Desconociendo la ciudad y no contando con mucho tiempo libre, la primera opción fue hacer una búsqueda en línea.  Si soy un amante de  ciertas tecnologías de este siglo, ¿porque no aprovecharlas para afianzar los lazos de unión mestizo-anglo? Sea pues. A tirarme un clavado a la red de redes.

Craiglist, Datehookup, los anuncios clasificados de The Mercury y algunas otras referencias que no recuerdo, fueron los primeros resultados de googlear. Siguiente paso, afinar la búsqueda. Mayor de 45, diría yo. Con fotografía para darme una idea de su belleza. Sin hijos, nunca casada viuda divorciada, con estudios, artista de preferencia. Aspecto de hipppie, si, claro. A fin de cuentas Portland es una ciudad “hippiosa”. Y en un descuido hasta se parece a la Janis, que caray.  Mi corazón latía fuertemente imaginando posibilidades. La casa estaba a obscuras, mi nieto y sus padres, dormidos. ¡Orale, this can be my lucky day!

 Mis ojos leían rápidamente los anuncios, revisaban fotografías. A los 10 minutos mi ansiedad por el triunfo anticipado me exigía ver no solo Craiglist, sino los otros sitios sugeridos por Google. Abrí varias ventanas para tenerlos a la mano y estas aumentaban y aumentaba pues las mujeres que me interesaban también merecían tener sus propios espacios, disponibles  para consultas posteriores.

A dos horas de navegar para encontrar a mi güera-piernuda, la longitud de las pestañas del navegador(Chrome) eran cada vez más pequeñas, amontonándose en el espacio disponible. Al menos 20 estaban listas para releerlas y verlas una y otra vez. Mis mouse y mi mente brincaban de un lugar a otro, de una pestaña a otra, de un criterio de búsqueda a otro, de una mujer de 56 años que esperaba encontrar un hombre chapado a la antigua y cristiano, a una de 40 que le gustaba bailar en la playa y el vino tinto en las comidas.

Un vaso de agua, por favor. Fría de preferencia. Y una frutita, algo dulce, algo que me de un ligero descanso antes de que acabe perdiendo el juicio. A la cocina, pues. El grifo rápidamente llenó el vaso de agua fresca, casi fría. Mientras lo llenaba de nuevo, disfrutaba el sabor que dejo en mi boca la recientemente bebida. Definitivamente: aquí en Portland el agua sabe bien.

Una manzana orgánica en una mano y el vaso lleno de agua en la otra me acompañaron de regreso a mi cuarto. En la sala cruzando frente a la chimenea, la imagen de un perro, de esos que siempre están amarrados con cadena a un lugar fijo y muy limitado, se me apareció de repente. Claramente vi la escena de cuando  les sueltan sus ataduras y corren de un lado hacía otro, brincan, ladran, buscan, sin ton ni son, desesperados, ansiosos, disfrutando la libertad de hacer eso que no es frecuente hagan. No pude dejar de sonreír un poco. Mejor le di una mordida a la manzana.

Pintora, pelo largo y rubio, le gusta leer, trae lentes. Alta, 5’6” 1.67m. Sonreía. Dos fotos en el anuncio. Buscaba a alguien no mayor de 65 años, ella confesaba 53. Muy bien, nada mal. ¿Cuanto medía la chaparrita aquella, la que recién llegó de Colorado? Si, 1.53m. De lo bueno poco. ¿Y aquella, la de…?

A la una de la madrugada, con más de 30 pestañas abiertas que contenían información de la futura pareja de este gringo advenedizo,  las otras pestañas, las de mis ojos, se negaban a seguir abiertas. El sueño me estaba venciendo. Eso de los trabajos de remodelación de la nueva recamara me estaban cobrando una factura tan cara que vencían sin mucho problema mi entusiasmo por encontrar novia.

En fin, que este día de junio de 2013 daba inicio oficialmente la temporada de caza. ¿El resultado esperado? Encontrar quien riera y caminara conmigo por las calles del Centro de Portland, tomados de la mano.  Para lograrlo aún habría de vivir otras experiencias más. Pero eso aún no lo sabía.

Ya no aguanto más. Mejor me duermo.

Y dormí con cara de satisfacción. Mañana, en el Parque, le digo a D. que próximamente tendrá abuelita. Y será güera, faltaría más.

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