Mi recámara-estudio
Mi recámara-estudio

¿Dónde escribo? En mi cuarto, casi siempre. Una mesa de madera, una silla también de madera y ruidosa, un cojín sobre el asiento. Mi laptop sobre un colchón para enfriamiento de la batería.

Libros sobre la mesa recargados contra la pared donde veo títulos que prometen enseñarme el arte del bonsái, cómo escribir novelas o esas partes de la ciudad de México que Fabrizio Mejía describe con tanta lucidez. Literatura y ensayos que veo día a día, noche a noche, complementan los otros libros que están en la parte superior de la cómoda, a unos centímetros de la mesa, donde coloco los de novela negra. Dos porta revistas que contiene mis cuadernos de notas, copias e impresiones de documentos que me interesan, unos DVD encima de los libros.

Un pizarrón blanco con los nombres de los días de la semana y cinco espacios bajo cada uno de ellos delineados en color negro. En la parte superior izquierda la palabra Mes al inicio del renglón, invitando a escribir con plumón lavable el nombre correspondiente.  Algunas anotaciones mías en color negro y azul, un número de 4 cifras que ya no recuerdo que significa. En las casillas de lado derecho, las más cercanas a mi cuando escribo,  números de tres y dos cifras separados con un guión que me dicen el número de palabras y el día que las he escrito. Doce anotaciones escritas a diferentes colores, sin algún orden en particular.

La cómoda, ubicada entre la mesa y la puerta de entrada a mi recamara. A mi espalda una cama, un buró a cada lado. En el de la derecha, una lampara y un radio AM-FM. Una ventana en la cabecera de la cama y otra al lado del buró que tiene el radio.  En el piso un tapete con raros dibujos que asemejan estrellas incrustadas en una especie de elipses azules.

El escritorio donde escribo
El escritorio donde escribo

Este es mi lugar de trabajo, el lugar donde escribo. Normalmente de noche, después de que la familia se va a dormir. Tres horas, a veces menos. De las nueve en adelante. Escribir a diario. Eso es lo que trato de hacer.

Frecuentemente escucho música de Rock o Blues almacenada en una mini iPod 2da generación, conectada a un ihome comprado de segunda mano. A bajo volumen, como música de fondo. Pink Floyd casi siempre o Buddy Guy. Otras veces escucho la radio por Internet. Estaciones de Rock. Rara vez disfruto de alguien como Vanessa Mae o música clásica, no porque me desagraden, sino que las escucho en otros momentos. La música ayuda a concentrarme.

Trato de no tomar café en las noches, pero lo hago algunas veces. Tecleo en un ordenador portátil y rara vez a mano con pluma sobre papel. Tengo poco más de dos meses que uso Scrivener como plataforma de escritura.

Hay días en los que mi capacidad para procrastinar es enorme y se manifiesta en miles de formas. Esos días me tengo que jalar a mi mismo para no dejar la silla y seguir escribiendo.

Más de seiscientas palabras, menos de mil, es lo que logrado escribir a diario en los primeros doce días del año. En 2013 hubo días de tres mil palabras. Escribo textos para mi blog, algunas historias cortas (cuentos), algunos ensayos. Narro sobre lo que leo, lo que veo, lo que vivo, aunque muchas veces no me resulta fácil.

Procuro no escuchar música con letras que llaman a gritos ser entendidas, esas canciones que lo dicho es tan importante o más que su música. No las escucho porque es tanto mi interés por disfrutar lo que manifiestan que dejo de atender la escritura. Por eso prefiero esas otras, donde la música es la del peso.

NOTA: Este texto fue escrito a inicios de 2104 en la ciudad de Hillsboro Oregón. Actualmente otros son los lugares donde escribo. Pero eso te lo platico en otra oportunidad.

 

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