Los vengadores

La venganza de los despechados
La venganza de los despechados

Eramos tres, adolescentes y a punto de crear lazos de unión que no imaginábamos. La vida, la ciudad, nuestros historias personales, estaban gestando una hermandad que habría de durar mucho tiempo. Pero en ese año de Dios de 1971, no lo sabíamos de cierto.

Nuestra amistad inicio por ese tipo de desgracias que se tienen a los diez y siete años. Si, de esas que tomas muy a pecho. Y es que nunca ha sido fácil  terminar un noviazgo. Sobre todo cuando es el primero. Y menos aún cuando es la otra parte quien decide terminar la relación. Andale, ya me entiendes. De esas profundas, que dejan huellas. Si, porque son de las batallas que pierdes.

A mí me terminaron sin yo haberlo anticipado. Simplemente decidió que otro joven tenía más cualidades que yo. Fui a visitarla. Le pregunte si algo pasaba. Me dijo que no, agregando que yo no la entendía. Se metió llorando a su casa. Y yo me quede parado, como un idiota, lleno de dudas y dolor.

Verás, no me gusta ver llorar a una mujer. Eso me trae malos recuerdos. Así es que me sentí culpable. Buscaba en mi comportamiento pistas de mis errores. Y no darme cuenta  cuales eran, me hacía sentir peor de lo que ya me sentía. Desesperado, buscaba culpables. Dentro y fuera de mí. Tal vez fue en aquel baile, imaginaba. Quizás no le preste la atención debida. O es que no se bailar bien. O fue culpa de E por haberse portado mal con L, amiga muy cercana a, la ahora, mi ex.  Y al final resultó que ella tenía razón, que caray. No entendía nada de lo que estaba pasando. Ella es la que me había dejado por otro y yo me sentía culpable.

Mucho mal me han acarreado  haber crecido en un ambiente dónde los males de amores son tan sobrevalorados. Y luego que las canciones de Pedro Infante no ayudan mucho en esto de sanar heridas. “..Porque soy como soy, sin razón me desprecias / porque vivo entre gente que dices que no es de tu altura..”  Y luego esa voz tan transmisora de emociones que tenía el sinaloense. ¡Chale con las canciones de antaño! Aunque a decir verdad tampoco Led Zepelin ayudaba mucho. “Lyin’, cheatin’, hurtin, that’s all you seem to do…. / … Always the same, playin’ your game”. El rock, con nada que envidiar al masoquismo mexicano cuando de amores traicionados se trata. ¿Lo dudas? escucha a Hendrix y su “Hey Joe”, para que te convenzas.

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"A" de Janis

Janis Joplin
Janis Joplin

Platicábamos de esas cosas que tienen importancia cuando te preparas para hacer comida con sabor a tu terruño, compartiendo nostalgias con tus amigos, una mañana de sábado sabiendo de antemano que después de comer iniciaba la fiesta. Eramos cinco, caminando por la calle de acceso al departamento de la novia de P, haciendo planes, riendo.

Ahí la vi por primera vez. Caminando hacia nosotros, de prisa,  su pelo suelto, morral al hombro, huaraches. Saludó primero a E y su hermana, a volapié, sin detenerse mucho en el encuentro. No era alta y sus Levi’s desgastados parecían querer romperse en la zona de sus caderas y sus piernas. Yo, viendo impresionado su cara, su sonrisa y escuchando el acento de su voz al hablar.  Cuando nos cruzamos le sonreí y ella sonrió conmigo.

Con la mirada y un gesto de “quiero respuestas” cuestione a mi amigo: “Es una morra de Mexicali..”, dijo. “”Ni te alborotes, no seas volado…” dijo E. Antes de entrar al departamento la vi alejarse hacia la salida. En la Av. Universidad había poco tráfico y para mi solo ella y su caminar. Esos Levi’s, que caray. Los sabía lucir, le quedaban perfectos. “El calor las moldea y el frío las templa”, decían de las mujeres de Mexicali haciendo referencia a su belleza y sus cuerpos bien formados. Si, de Chicali. Mi paisana. “Vive en el edificio de a lado..” había dicho E. De seguro viene a la pachanga, dije para mí antes de cruzar la puerta de entrada al departamento.
“¿La que esta en el Centro?”. “Esa mera, la Academia de San Carlos“. Pintura. Perfecto. Una chica artista. Y seguramente inteligente. Tenía que conocerla. “Invítala, no seas gacha…”. Que no me preocupara, dijo E. Las probabilidades de que nos visitara esa tarde eran grandes, añadiendo cómplice “¡A ver si se te hace, canijo!”. Emocionado, solamente sonreí en tanto cortaba los tomates para agregarlos al bisteck ranchero.
Preparamos la comida, tomamos cerveza, platicamos, escuchábamos música, reíamos, hacíamos planes, comimos hasta llenarnos. Pasaron las horas y yo seguía pensando en la del acento norteño, piel blanca y pantalones de mezclilla.

En la noche tocó a la puerta. Cuando salí de la cocina ella ya estaba en la sala. “Aquí este cabrón no dejaba de preguntar si ibas a venir” dijo P y ella, porque no escucho o no quiso apenarme, sonrió y me tendió la mano. Yo le di mi nombre y P lo reforzó diciendo mi alias. “Soy A…”, dijo ella. ¡En la madre, “A” de Janis! respondió mi mente bajo el influjo de las cervezas tomadas.

Si, esta chica se parecía a la Janis. Aunque para mí en ese momento, A era superior. No porque cantara mejor, o porque fuera más famosa. Sino porque en esa primavera chilanga la de Mexicali estaba presente en esa fiesta y hablaba con ese acento norteño que me encantaba. La que cantaba blues tenía ya varios años en tierra de difuntos.
Ella estaba aquí, no la Janis. Tal vez por eso yo no podía dejar de ver ese pantalón de mezclilla azul, deslavado.

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Surfos enamorados

SOMBYF, tablas de surf
SOMBYF, tablas de surf

La idea se le ocurrió a M quien más tiempo tenía en el ambiente. Como en su casa no había espacio, decidimos hacerlo en la mía. Podríamos aprovechar la sombra del techo que cubría el garage, a fin de cuentas nuestro trabajo sería en las horas que el vehículo de mi padre no necesitaba el estacionamiento.

Unas cajas en los extremos, una hoja de triply con ellas como sostén, sería nuestra mesa de trabajo. Encima, una alfombra vieja para no rayar nuestros productos. Unos barrotes delgados de madera metidos entre las cajas nos servirían de cuñas para darle rigidez y evitar movimientos que complicaran nuestra labor.

Lijas, fibra de vidrio, tapabocas, navaja, brochas y aguarrás(disolvente químico de pinturas), serían nuestras herramientas. La materia prima, tablas de surf de 10’ de largo (poco más de 3 metro), viejas, que podíamos conseguir a buen precio. Lo importante era la quilla y no presentaran  golpes que hubieran filtrado agua al foam.
Con todo armado estábamos listos, ya podíamos trabajar. Quedamos de iniciar un sábado, temprano. “¡Mi’jo, te habla el representante de Hong Kong!” escuche gritar a mi padre quien, por alguna extraña razón, así nombraba a M. “¡Chale chale con tu jefe!”, se quejaba tímidamente M cuando estábamos a solas.

Ese primer día de trabajo la jornada fue buena y en la tarde, descansando, platicamos los planes sobre nuestro futuro empresarial. Retomamos la conversación tocada superficialmente unas horas antes ¿qué nombre tendría nuestra marca de tablas de surf?

Como en una verdadera junta de trabajo, se vertieron muchos nombres. Tablas Ensenada, Cachanilla Surfboards, Lomalinda Surf, Watchtower Surfboards fueron algunas de las propuestas que recuerdo. T, a pesar que llegó cuando la discusión estaba muy adelantada, propuso “Rabanito Surfboards”, parodiando al tipo pelirrojo que vivía a la vuelta de mi casa- por quien no sentía mucho aprecio- y un poco también para enfatizar lo ocioso que le parecía nuestra discusión. Él prefería escuchar a Led Zeppelin y fumar. Tabaco, a esas horas.

¿Y si le ponemos SOM? dije. “¡Ni madres!” respondió M, “en todo caso Beatríz se escucha mejor…”. Y otra discusión que parecía no tener fin dio inicio. T riéndose, burlándose de nosotros, mostraba su enfado, considerando que eran niñerías nuestros argumentos.

Después de algunas horas de intenso debate acordamos por unanimidad – T incluido- llamar a nuestra marca SOMBYF. Las tres primeras letras eran las iniciales de la chaparrita de cabello largo de quien yo estaba enamorado. Las otras tres, eran las de la delgada joven rubia a quien M decía amar.

Y ya con el acuerdo sobre el nombre de los surfboards, convencidos que dentro de poco competirían con los fabricados en Hawai, nos fuimos al Parque Revolución a fumar y reírnos de las cosas por las que uno ríe cuando tienes 16 años. T para entonces, ya estaba feliz. M y yo, mucho más. Habíamos inmortalizado a esas dos chicas que nos hacían soñar. Sus nombres serían conocidos en todas las playas del mundo en las que hubiera surfos deslizándose sobre las olas.

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Caminar de 3/4

Jim Morrison, de 3/4
Jim Morrison, de 3/4

Hace unos días me vinieron los recuerdos de mi adolescencia y con ellos la de aquella curiosa forma de  caminar que algunos llamaban de 3/4.

Quienes tuvimos la suerte de ser jóvenes a finales de los 60s y principios de los 70s  en la ciudad de Ensenada podremos recordar algunas de las  conductas de aquellas épocas. Nuestra forma de vestir, hablar o comportarnos tenía características especiales, producto del momento y de la ciudad misma. Aunado a esto tenía una edad en que la moda era importante, en la que ser diferente y único adquiere dimensiones impensables en otras etapas de la vida y que se reflejan en todos y cada uno de nuestros actos, inclusive en nuestra forma de caminar.

El origen de este particular caminadito o su creador, si es que hubo alguno, me son desconocidas. Pero puedo dar fe de que alguna vez la practiqué y la verdad me hacía sentir como torero debutando una tarde de domingo en la Plaza de Toros de las Ventas, en Madrid. Me sentía atractivo, conquistador, objeto de la vista de las muchachas que en aquellos años caminaban por esas calles de Ensenada y claro, objeto de la envidia de los jóvenes que no se atrevían o no sabían caminar de esa forma. Me sentía chingón, pues.

De seguro recuerdas que en aquellas épocas las fotografías en blanco y negro eran algo de uso común. Para solicitar muchos de los trámites oficiales o para otorgarte cualquier credencial que te identificara, las exigían. En las escuelas eran uno de los requisitos indispensables.
En cuanto a la posición del sujeto frente a la cámara, las había de frente, de perfil y de 3/4. En la de frente, tu cara mirando hacia la cámara. En la de perfil, tu cara volteada hacía el lado izquierdo. En la de ¾, tu cara orientada a un punto intermedio entre estas dos posiciones anteriores. En los tres casos, la vista siempre dirigida en la dirección en que se orientaba la cabeza.

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Cambiar por piña colada

Bebida Preparada
Bebida Preparada – piña colada

Teníamos que cambiar nuestro comportamiento. Esa fue nuestra conclusión en cuanto empezó a aminorar la maldita cruda, después de aquella tremenda borrachera de la noche anterior. Si, ya con algunas cervezas bien frías y después de haber comido un delicioso caldo de borrego caliente y picoso la vida de ve diferente, se ve mejor. Mi somnolencia me hizo desear que pronto aparezca la noche y  dormir bien. Mañana la cruda será solamente un recuerdo, me cae que si.

La promesa hecha salvo el día de ser una ruina total además que las cervezas y el platillo borrego comprado en el mercado sobre ruedas, aminoraron los arrepentimientos. Y de que hubo cambios como consecuencia del pacto, los hubo. Aunque no fueran los que inicialmente imaginamos.

Es que nuestro comportamiento como bebedores no era el que deseábamos o el que se esperaba de nosotros, personas jóvenes e inteligentes. Como que casi siempre nos excedíamos en  nuestro comportamiento. Y ese casi siempre era para mal.

Por eso nuestra preocupación por cambiar, por hacer algo para que nuestras borracheras fueran mejor, más agradables para nosotros y para nuestros acompañantes en turno. Y quizás con este cambio de rumbo también lograríamos que las crudas morales disminuyeran y ya no provocaran tanto escozor la mañana siguiente. Tu sabes, esas crudas morales que hacen pensar: “..la cagaste, mi buen. Y la cagaste feo”.

En fin, que en aquella plática de dos amigos crudos el día después de habernos embriagado como Vikingos  antes de la batalla, concluimos que algo teníamos que hacer para que nuestras borracheras fueran menos corrientes.
Porque has de saber que cuando estábamos tomados nos daba por sentirnos agredidos y respondíamos violentamente. Nos daba por buscarles pleito a otras personas, para demostrar nuestra bravura y enfatizar el hecho de que a nosotros se nos debía respeto. Y bueno,  has de imaginar acertadamente que esta actitud nos causaba muchas enemistades, sobre todo porque ya borrachos nuestra clasificación de “me agreden” se estrechaba mucho y nos hacía alterar la paz de la fiesta a causa de hechos insignificantes que nuestras mentes magnificaban… y nos declaraban “persona non-grata”  los anfitriones en turno.

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